Hace cuatro años ingresé a la universidad, tenía pensado estudiar psicología. ¿Qué me atrapo, qué me dijo que mi camino estaba en ella? No lo sé, aún hoy una vez egresada me pregunto constantemente por si las personas a las que atiendo reciben algún tipo de respuesta de mi parte. Aveces sólo me siento a escuchar atenta, quiero saber lo que el otro me dice, generalmente debo hacerlos retroceder en su discurso para comprender no sólo lo que dicen sino intentar vislumbrar el ¿Porqué me lo dicen? ¿Qué es lo que no me dicen?
Sujetos de Discurso.
Sonó el timbre e intuí que sería uno de los niños a los que ayudo a hacer la tarea en el centro donde trabajo, pero al abrir la puerta me encontré con una madre de apariencia juvenil y un niño de aproximadamente 8 años. Ella de expresión desconcertante y él con ánimo de correr, apenas hube abierto la puerta el pequeño ya estaba dentro, su madre preguntó con voz tímida "¿Me puedes dar informes de la terapia, perdón, de apoyo a tareas?". Mi formación como psicóloga me había ayudado a escuchar lo que la señora no había querido decir, pero mi intuición en el trabajo con personas fue lo que me hizo invitarla a pasar.
La primer entrevista siempre es importante, prestar atención a lo que te dicen, saber cuándo callar y cuando hablar, qué preguntas hacer; supuestamente los psicólogos hacemos eso ¿o no?. En realidad toda la licenciatura leí sobre el tema, pero nunca sabes qué hacer en esa primera entrevista o qué debes escuchar y ver, cada persona que acude es diferente, tiene otras formas de expresar y decir lo que quiere, lo que no quiere, lo que necesita; entonces, cómo saber que hacer en cada ocasión, cómo actuar en cada caso. No tengo respuesta para eso, pero tengo muchos caminos para intentar indagar en el discurso de las personas que acuden por ayuda o apoyo o terapia o por una pregunta. Me gusta esa parte cuando la gente dice "¿Es qué sabe, yo quería preguntarle ...?" y al final hablan por cerca de quince minutos, mientras logran elaborar la pregunta. Creo que a eso se refería Freud cuando hablaba de la demanda de análisis, aunque no hago análisis, ni doy terapia; hay algo que estoy aprendiendo, aprendo a preguntar y a escuchar.
Camino por el discurso de las personas que acuden con una pregunta, con las que ya saben que quieren saber, bien se dice que cuando "El alumno está listo, el maestro aparece". Desconozco, sí esto sucede a razón de que el alumno sólo esta preparado cuando se convierte en maestro, o bien cuando, el alumno realmente se encuentra preparado para abrirse al saber, lo que hace que ande viendo maestros por todos lados. Es probable que tan sólo me encuentre ante una broma del lenguaje, que se devela por ahora ante mí, como un juego interesante; invitándome, a colocarme en nuevos lugares ante mi propio espacio de adquisición de conocimientos, y porqué no decirlo, también ante ese espacio en el cual la gente al preguntarme por sus dudas me ayuda a colocarme.
¿Cómo se lee un sujeto? ¿Dónde se lee?
Un día me encontraba en la cafetería del Centro Nacional de las Artes, en el área de teatro; a mi alrededor se encontraban diversos grupos de jóvenes teatreros, que hablaban en voz alta, recitaban fragmentos de memoria e imitaban a los más diversos personajes. La mayoría se encontraba fingiendo papeles, hablando en voz fuerte aunque su gesto no denotara malestar alguno, jugaban a ser lo que no son, prestaban sus cuerpos a la experiencia de un personaje, muchas veces imaginario. A pesar de todo, la atmósfera que aquí se observaba me era familiar, recién salía de una de las clases de francés y me encontraba a mí misma leyendo a Gabriel Araujo, en un texto donde la subjetividad es el tema central y por si esto no bastara, gozaba nuevamente de la actividad que la profesora Gorbach a tenido a bien nombrar "andarse viendo a uno mismo el ombligo", mientras leí el texto también espejeaba un poco en el retrovisor de mi vida, especialmente los últimos años, los que corresponden al comienzo de mi deformación profesional; un ejercicio muy similar al que ahora mismo estoy haciendo o más bien en el que continuo, pero ahora desde mi lugar como psicóloga que ejerce.
Aquella tarde estaba absorta mirando y viendo a un grupo en especial que se gritaba, armando un tipo de montaje, donde se explicaban cómo han de trabajar, qué elementos tienen que marcar, cuales tiempos están muertos, los actos que no han podido limpiar, las escenas que han quedado pendientes y los juegos de malabares que aún no han sido pulidos, ya que el director de escena no les ha dado la importancia que los actores consideran necesaria; tanta alegata me invitaba a pensar en el ¿Cómo montamos en la vida cotidiana?, ¿Cómo hacemos o creamos una esencia?, ¿Cómo hacemos el juego de malabares para que quede limpio?, ¿Cómo probar y dejar que algo sea dinámico o cómo modificar el espacio para solicitar mejor las cosas?, ¿Cómo aprovechar el tiempo para limpiar las escenas?.
A manera de respuesta me decía que la vida no es como el teatro y sin embargo se le parece mucho, probamos nuevas escenas todos los días, disfrutamos de otras, nos pensamos en el lugar que tienen los otros que nos circundan para dar forma a nuestro yo, y nos jugamos los papeles de la vida muchas veces sin habernos quitado la careta de nuestro personaje anterior, incluso a veces sin haber dejado que surgiera el personaje que nos tocaba interpretar en ese momento, en esa escena y en ese lugar.
A diferencia de la vida real, en el teatro se marcan lugares y se pueden rehacer las cosas, una y otra, y otra vez; pero a pesar de ser la misma obra cada vez es diferente, el público cambia, el escenario no se ve igual y las emociones de los actores difieren acorde al número de veces que la obra es presentada por el mismo actor, todo eso nos da contexto, pero el actor sigue siendo el mismo y de alguna manera la pregunta que queda en el aire es ¿Cómo representarnos ante los otros?, qué debemos marcar, quién debe marcarlo y qué se debe limpiar.
En días como hoy, cuando una madre acude angustiada a pedir informes, a saber o a hacerme una pregunta vuelvo al principio y me pregunto, lo mismo que nos preguntamos en el teatro ¿A quién le voy a montar la escena, en qué escenario me voy a colocar, a qué hora?. Entonces es importante que me cuestione por el contexto que me rodea cuando leo, cuando escribo, cuando aconsejo; porque ahora nada puede ser más importante creo, que el dar cuenta de la multiplicidad de voces, de textos y formas que conforman mi actual campo, el discurso de la señora que acude. De alguna manera debo encontrar la forma de darle a ella un poco de luz sobre mi objeto de investigación, su discurso, sin que éste le ciegue a otras opciones. Luego surge la pregunta ¿Cómo devolverle su discurso lo más intacto posible, cuando ya ha atravesado mi propia subjetividad, mi deformación como psicóloga y también mi condición de mujer?
Al final debo dar cuenta del contexto dinámico en que la señora vive, pero no moverme para permitir que ella de cuenta de lo que vi, siendo ella y no yo, quién le de sentido, a eso que estaba ahí ante mis ojos, de lo que escuchaba en su discurso, justo todo lo que me dijo pronunciado o no, y que ahora llega a ella desde mi escritura, desde mi propio discurso, desde mi muy particular lugar de extranjería ante su obra de teatro, ante el personaje que me acaba de representar y que me deja más como un crítico de arte que como un público común. Mi devolución será sólo una forma de marcar el sendero, pero los pasos los tendrá que dar ella, y tendrá que llegar de alguna manera a la ligazón que yo he encontrado entre mi lectura de textos y su discurso, pero también de la muy particular forma de mirar el campo que mi formación como psicóloga socio-educativa me ha dado.
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