viernes, 2 de marzo de 2012

El deseo neurótico


 “Como los primeros motivos que hicieron hablar al hombre fueron las pasiones, sus primeras expresiones fueron los tropos. Así es como la palabra figurada nace antes de la palabra propia, cuando la pasión fascina nuestros ojos, y cuando la primera idea que ella nos ofrece no es la verdad. Como se mostraba en primer lugar la imagen ilusoria ofrecida por la pasión, el lenguaje que le respondía fue también el primero en ser inventado; luego, se convirtió en metafórico, cuando el espíritu esclarecido, reconociendo su primer error, sólo empleo las expresiones de ese lenguaje en las mismas pasiones que lo habían producido.”
Jean-Jaques Rousseau.

Para comenzar quisiera hacer un pequeño repaso sobre cómo es qué en el lenguaje y por el lenguaje que el hombre se constituye como sujeto, ya que sólo el lenguaje funda en realidad el concepto de ego, es “je” quién dice “yo”; porque la conciencia de uno mismo sólo es posible si se experimenta por contraste con el “tu” es decir un “moi” que no equivale a un “je”. Algo así como un Yo-no-yo. Un ejemplo sencillo proviene de los nombres propios, ya que estos no ocupan el lugar del “je” y del “tu” sino que ocultan inversamente la designación del sujeto, excluyéndolo de la relación je-tu que dialécticamente los define a ambos por su reciproca oposición.

Esto podemos corroborarlo por el hecho de que el nombre propio va seguido siempre del verbo en tercera persona que indica la no-persona. Así los niños antes de haber adquirido plenamente la noción del “Je” hablan de sí mismos en tercera persona acompañada del nombre. Lo que quiero rescatar de toda ésta explicación es que el lenguaje es el que constituye la condición de la toma de consciencia de uno mismo como una identidad diferente.

Una vez dicho esto puedo recalcar que el Yo opera como un preconstructo, como una evidencia lingüística sancionada por el uso que implica la irrupción de otro discurso, del discurso del Otro, en el discurso imaginariamente asumido por el sujeto como propio. Por otro lado tomemos en cuenta que cuando hablamos de una estructura psíquica clínica ya sea neurosis, perversión o psicosis; nos estamos refiriendo a la posición que el sujeto tiene con respecto a la falta estructural sin que eso deje de implicar un tipo de relación en cada caso con el deseo, el fantasma, el goce, la ley, la culpa y el otro.

Dando un vistazo rápido al Edipo podemos dar cuenta de que sí el deseo primero de la mujer es deseo de Falo, entonces el hijo equivale a la compensación que colma ese deseo, y todo sujeto es en primera instancia Falo de su madre. De forma que el deseo del hijo quién fuera ese Falo, es colmar ese deseo que, casualmente, colmaba. De tal suerte ocurre esto que en un principio la relación madre-hijo es una relación de intercambio donde se interpone el Falo para que se vean colmados recíprocamente los dos deseos.

Pero si la madre no reconoce su falta por medio de la cual tendría deseo de Falo, entonces el sujeto infantil no accede a ser el Falo de su madre, lo que significa el derrumbe del narcisismo primario infantil. De ese derrumbe depende el hecho de que el sujeto pueda darse o no una historia de sujeto sexuado; porque esencialmente la madre es el primer objeto simbolizado, y su ausencia o su presencia se convertirá para el sujeto en el signo del deseo al que se aferrará su propio deseo, y que hará o no de él, no simplemente un niño satisfecho o no, sino un niño deseado o no deseado.

Posteriormente debe aparecer el Padre al triángulo psicoanalítico donde hace su función de corte: con la doble prohibición como diría Lacan. Hacia la madre: No reintegrarás a tu producto. Hacia el Hijo: No tendrás comercio sexual con tu madre. El resultado de la inmixión del padre tiene como consecuencia la producción de un conjunto de nuevas relaciones, por otro lado lo que está en juego para el sujeto es la posibilidad misma de poder o no darse objetos por fuera de la madre como objeto primordial: es decir, trascender el objeto incestuoso, para poder “ocupar” objetos otros y más allá de la madre. Para que un padre sea capaz de separar al hijo de la madre es necesario que en el seno de la familia sea el padre quien ejerza la autoridad y además cumpla con una función socialmente reconocida fuera de la familia.

En el sujeto quedan también dos temores instaurados a partir de la intervención del padre; el primero, el temor a la castración y por el otro, el temor de no poder alejarse de la madre, de no poder ser abandonado por ella, ambos son el principio básico de la angustia.

Lacan señala además que sólo hay objeto metonímico, siendo el objeto del deseo el objeto del deseo del Otro, y el deseo siempre deseo de Otra cosa, muy precisamente de lo que falta. El deseo para Lacan está instalado en una relación con la cadena significante y que se plantea y se propone de entrada en la evolución del sujeto humano como demanda; y esa demanda parece siempre remitirse al deseo de reconocimiento del mismo por otro.

El deseo en la histeria.

Recordemos que la pregunta básica en el psicoanálisis en relación a la histeria se refiere al ¿Qué es una mujer o qué es ser mujer?. La histérica se interroga y se interrogará siempre sobre el deseo, el amor y el sexo; promoviendo esa misma interrogación, ya que representa un saber sobre lo que no sabe, un saber en el cuerpo que en realidad ella ignora.

En un primer tiempo del Edipo en la niña y el niño ambos se ubican como el falo de la madre, pero en un segundo momento descubren la castración de ella. En el niño el complejo de castración se refiera al temor de perder el pene, mientras que para la niña es la envidia del pene: no lo tiene y quiere tenerlo. En otro momento va aparentar serlo, lo cuál es propio de la histeria, a veces cayendo en situaciones caricaturescas al vivir tratando de erigirse en falo. Freud descubrió este estadio fálico en la niña como chica-falo. Ante el hecho de no tenerlo ella pretende “serlo”. Y al tratar de serlo dice Freud, se mantiene en una identificación imaginaria con el falo de la madre, narcisismo fálico.

El enigma del encuentro de los sexos tiene por objetivo buscar en el otro al falo. Como vimos en clase de Raquel, la mujer porque no lo tiene, buscará en el hombre el falo, mientras que el hombre teniéndolo buscará el falo (el objeto a) en la mujer. El falo entonces estará entre ambos.

La histérica se pregunta sobre el deseo corporal y en lo que tiene que ver con el amor. La histérica se pregunta entonces ¿cómo sostener una relación que participe del deseo y del amor?, no sabe qué cosa es y cómo se combina, pues ello conlleva una función femenina, La histérica tiende a buscar la respuesta a sus interrogantes, ubicando el saber en un amo que pueda responder sin ambigüedad a la pregunta por el ser mujer y quizás otra mujer sepa cómo hacer dicha combinación. Por eso Dora dirige ésta pregunta hacia la señora K, Dora fantaseaba con la idea de que la señora K sí sabía como hacer esa combinación, pero a su vez ella no soportaría saber. Ella misma sabe al vivirse como mujer que habrá una insatisfacción del deseo, y por lo tanto sólo la posibilidad de un deseo: el deseo de tener un deseo insatisfecho.

Quizá no ha quedado claro todavía y podemos utilizar el sueño de la hermosa carnicera, pues recordemos que la carnicera intuye que no hay relación puntual entre el deseo y su satisfacción. Allí estará siempre el deseo, dejar de ser algo para ser otra cosa, es decir, renunciar a la búsqueda del deseo de otro y con ello al intento de conocer la relación basada en otro principio: el del amor.

La histérica tiene un deseo insatisfecho. La falta en tanto constitutiva del deseo está articulada por medio de la demanda con el Otro. El deseo de la histérica es un deseo sin objeto y esencialmente como ya lo dije insatisfecho, sin objeto es la falta en el Otro. Pero de tal falta en el Otro no puede tener sino manifestaciones dudosas, palabas que son tan inciertas como la poca seguridad que puede conceder a su propia sinceridad. Agreguemos pues que la histérica vive dentro de la metáfora del goce femenino, donde el síntoma y el goce del síntoma aparecen como una ficción y no como una verdad.

Freud dejó claro ya que el síntoma histérico, que la mayoría consideraba una simulación, era una pantomima del deseo inconsciente, esa expresión de lo reprimido. Pues el síntoma se define como la expresión del cumplimiento del deseo.

El deseo en el obsesivo.

La madre del obsesivo muy probablmente fue una histérica pues Serge Leclaire asegura que para producir un obsesivo bueno y verdadero es necesario en realidad que de una manera u otra el hijo quede marcado por el indeleble sello del deseo insatisfecho de la madre, y como ya hemos visto el deseo histérico es deseo de tener un deseo insatisfecho.El apego a la madre en el obsesivo parte de una situación incómoda donde la madre responde a la esperanza de su hijo mediante la manifestación de su deseo. El deseo naciente del hijo, apenas salido de la exigencia de la necesidad o de la espera de la demanda, resulta de manera, de un solo golpe, desprendido, confirmado y lo que es más satisfecho. Gracias a ello el sujeto obsesivo no alcanzó el tercer estadio Edípico, aquel en el que se plantearía como poseedor del falo. En pocas palabras, no llega a sentirse hombre (sujeto).

Pensando en ello podemos decir que en el caso del sujeto obsesivo el mecanismo de la represión no se logro del todo y es incapaz de ver al Padre como un sujeto en falta; por la forma en la que el obsesivo crea la represión hace que la identificación con el padre sea como si éste “no tuviera deseo”, por lo tanto es como si estuviese muerto; por ello el ideal del obsesivo es el padre que no tiene deseo, que está siempre satisfecho, sin falta. Quedando como la única forma en la que el obsesivo pueda ver al padre como Otro sea haciendo que éste no muestre deseo, y para lograr eso el obsesivo se encuentra permanentemente llenando la falta de ese otro.

Pero, ¿Para qué hace esto el sujeto obsesivo?. Pues bien un obsesivo según Lacan actúa bajo la lógica de amo y esclavo, situándose como el esclavo con relación al otro para poder obtener un día su reconocimiento; pero el amo nunca estará completo, sin falta, razón por la cual el obsesivo continuará trabajando en satisfacerle todo deseo, hasta dejarlo como un Otro entero, sin falta, sin deseo.

El obsesivo al tomar como ideal a un Otro sin deseo, se identifica con él y el mismo se coloca en un lugar sin deseo. De modo tal que el deseo del obsesivo implica la destrucción del deseo del Otro siendo su principal estrategia el no querer saber nada del deseo del Otro, reduciendo el deseo del Otro a la demanda, y mortificándose por la pérdida de ese Otro. Si lo podemos ver así, el obsesivo dedica su vida a llenar los huecos de los otros mientras deja los suyos en último lugar; confundiendo el deseo inconsciente del Otro con una demanda que debe ser satisfecha. Así logra elidir el campo del deseo del Otro, pero cuando ese Otro muestra parte de su deseo, y da cuenta de que necesita algo más allá de lo que el obsesivo pueda darle, entonces para el sujeto obsesivo le sobreviene la angustia.

Por ponerlo en palabras más sencillas, el sujeto obsesivo intenta descifrar todo el tiempo las necesidades del sujeto “A” y procura satisfacerlas antes de que el sujeto “A” se de cuenta siquiera de dicha necesidad, esto sucede porque el obsesivo da cuenta de la falta del sujeto A, pero no ha podido dejar de colocarlo en el lugar del Otro. Cuando el sujeto “a” muere o queda sin deseo, entonces el obsesivo buscará un segundo sujeto “A” para que funja como Otro que le exija, pues nunca está conforme en la posición de amo.

El vínculo del obsesivo con su deseo esta determinado por el hecho de que ante su primer acceso a su deseo y el paso por el deseo del Otro, su deseo fue destruido, anulado. Así el deseo obsesivo, llevará más que cualquier otro deseo los estigmas de su precocidad. Conservará así todo el carácter de exigencia elemental de la necesidad; llevando sobre sí la marca de la insatisfacción inherente a toda demanda. Razón por la que experimenta el deseo como algo que se destruye, lo que implica que en todo acercamiento a su deseo éste se desvanece. Para el obsesivo es imperioso que se mantenga a distancia de su deseo para que éste siga vivo.

Conclusiones.

Así como la histeria necesita de un deseo insatisfecho más allá de la demanda, el obsesivo también lo necesita, y lo hace produciendo un deseo prohibido. Lo importante está en que necesitamos que el deseo subsista para no morir.

Bibliografía.

  1. S. Freud.
    1. Fragmento de análisis de un caso de histeria.
    2. Histeria.
    3. A propósito de un caso de neurosis obsesiva.
  2. Serge Leclaire. (1984) El obsesivo y su deseo.
  3. Lacan.
    1. Dora y la joven homosexual.
    2. El obsesivo y su deseo.
    3. El deseo y el goce.
    4. El deseo del Otro.