“Como los primeros motivos que hicieron hablar al hombre fueron las
pasiones, sus primeras expresiones fueron los tropos. Así es como la
palabra figurada nace antes de la palabra propia, cuando la pasión
fascina nuestros ojos, y cuando la primera idea que ella nos ofrece
no es la verdad. Como se mostraba en primer lugar la imagen ilusoria
ofrecida por la pasión, el lenguaje que le respondía fue también
el primero en ser inventado; luego, se convirtió en metafórico,
cuando el espíritu esclarecido, reconociendo su primer error, sólo
empleo las expresiones de ese lenguaje en las mismas pasiones que lo
habían producido.”
Jean-Jaques Rousseau.
Para comenzar quisiera hacer un pequeño repaso sobre cómo es qué
en el lenguaje y por el lenguaje que el hombre se constituye como
sujeto, ya que sólo el lenguaje funda en realidad el concepto de
ego, es “je” quién dice “yo”; porque la conciencia de uno
mismo sólo es posible si se experimenta por contraste con el “tu”
es decir un “moi” que no equivale a un “je”. Algo así como
un Yo-no-yo. Un ejemplo sencillo proviene de los nombres propios, ya
que estos no ocupan el lugar del “je” y del “tu” sino que
ocultan inversamente la designación del sujeto, excluyéndolo de la
relación je-tu que dialécticamente los define a ambos por su
reciproca oposición.
Esto podemos corroborarlo por el hecho de que el nombre propio va
seguido siempre del verbo en tercera persona que indica la
no-persona. Así los niños antes de haber adquirido plenamente la
noción del “Je” hablan de sí mismos en tercera persona
acompañada del nombre. Lo que quiero rescatar de toda ésta
explicación es que el lenguaje es el que constituye la condición de
la toma de consciencia de uno mismo como una identidad diferente.
Una vez dicho esto puedo recalcar que el Yo opera como un
preconstructo, como una evidencia lingüística sancionada por el uso
que implica la irrupción de otro discurso, del discurso del Otro, en
el discurso imaginariamente asumido por el sujeto como propio. Por
otro lado tomemos en cuenta que cuando hablamos de una estructura
psíquica clínica ya sea neurosis, perversión o psicosis; nos
estamos refiriendo a la posición que el sujeto tiene con respecto a
la falta estructural sin que eso deje de implicar un tipo de relación
en cada caso con el deseo, el fantasma, el goce, la ley, la culpa y
el otro.
Dando un vistazo rápido al Edipo podemos dar cuenta de que sí el
deseo primero de la mujer es deseo de Falo, entonces el hijo equivale
a la compensación que colma ese deseo, y todo sujeto es en primera
instancia Falo de su madre. De forma que el deseo del hijo quién
fuera ese Falo, es colmar ese deseo que, casualmente, colmaba. De
tal suerte ocurre esto que en un principio la relación madre-hijo es
una relación de intercambio donde se interpone el Falo para que se
vean colmados recíprocamente los dos deseos.
Pero si la madre no reconoce su falta por medio de la cual tendría
deseo de Falo, entonces el sujeto infantil no accede a ser el Falo de
su madre, lo que significa el derrumbe del narcisismo primario
infantil. De ese derrumbe depende el hecho de que el sujeto pueda
darse o no una historia de sujeto sexuado; porque esencialmente la
madre es el primer objeto simbolizado, y su ausencia o su presencia
se convertirá para el sujeto en el signo del deseo al que se
aferrará su propio deseo, y que hará o no de él, no simplemente un
niño satisfecho o no, sino un niño deseado o no deseado.
Posteriormente debe aparecer el Padre al triángulo psicoanalítico
donde hace su función de corte: con la doble prohibición como diría
Lacan. Hacia la madre: No reintegrarás a tu producto. Hacia el Hijo:
No tendrás comercio sexual con tu madre. El resultado de la inmixión
del padre tiene como consecuencia la producción de un conjunto de
nuevas relaciones, por otro lado lo que está en juego para el sujeto
es la posibilidad misma de poder o no darse objetos por fuera de la
madre como objeto primordial: es decir, trascender el objeto
incestuoso, para poder “ocupar” objetos otros y más allá de la
madre. Para que un padre sea capaz de separar al hijo de la madre es
necesario que en el seno de la familia sea el padre quien ejerza la
autoridad y además cumpla con una función socialmente reconocida
fuera de la familia.
En el sujeto quedan también dos temores instaurados a partir de la
intervención del padre; el primero, el temor a la castración y por
el otro, el temor de no poder alejarse de la madre, de no poder ser
abandonado por ella, ambos son el principio básico de la angustia.
Lacan señala además que sólo hay objeto metonímico, siendo el
objeto del deseo el objeto del deseo del Otro, y el deseo siempre
deseo de Otra cosa, muy precisamente de lo que falta. El deseo para
Lacan está instalado en una relación con la cadena significante y
que se plantea y se propone de entrada en la evolución del sujeto
humano como demanda; y esa demanda parece siempre remitirse al deseo
de reconocimiento del mismo por otro.
El deseo en la histeria.
Recordemos que la pregunta básica en el psicoanálisis en relación
a la histeria se refiere al ¿Qué es una mujer o qué es ser mujer?.
La histérica se interroga y se interrogará siempre sobre el deseo,
el amor y el sexo; promoviendo esa misma interrogación, ya que
representa un saber sobre lo que no sabe, un saber en el cuerpo que
en realidad ella ignora.
En un primer tiempo del Edipo en la niña y el niño ambos se ubican
como el falo de la madre, pero en un segundo momento descubren la
castración de ella. En el niño el complejo de castración se
refiera al temor de perder el pene, mientras que para la niña es la
envidia del pene: no lo tiene y quiere tenerlo. En otro momento va
aparentar serlo, lo cuál es propio de la histeria, a veces cayendo
en situaciones caricaturescas al vivir tratando de erigirse en falo.
Freud descubrió este estadio fálico en la niña como chica-falo.
Ante el hecho de no tenerlo ella pretende “serlo”. Y al tratar de
serlo dice Freud, se mantiene en una identificación imaginaria con
el falo de la madre, narcisismo fálico.
El enigma del encuentro de los sexos tiene por objetivo buscar en el
otro al falo. Como vimos en clase de Raquel, la mujer porque no lo
tiene, buscará en el hombre el falo, mientras que el hombre
teniéndolo buscará el falo (el objeto a) en la mujer.
El falo entonces estará entre ambos.
La histérica se pregunta sobre el deseo corporal y en lo que tiene
que ver con el amor. La histérica se pregunta entonces ¿cómo
sostener una relación que participe del deseo y del amor?, no sabe
qué cosa es y cómo se combina, pues ello conlleva una función
femenina, La histérica tiende a buscar la respuesta a sus
interrogantes, ubicando el saber en un amo que pueda responder sin
ambigüedad a la pregunta por el ser mujer y quizás otra mujer sepa
cómo hacer dicha combinación. Por eso Dora dirige ésta pregunta
hacia la señora K, Dora fantaseaba con la idea de que la señora K
sí sabía como hacer esa combinación, pero a su vez ella no
soportaría saber. Ella misma sabe al vivirse como mujer que habrá
una insatisfacción del deseo, y por lo tanto sólo la posibilidad de
un deseo: el deseo de tener un deseo insatisfecho.
Quizá no ha quedado claro todavía y podemos utilizar el sueño de
la hermosa carnicera, pues recordemos que la carnicera intuye que no
hay relación puntual entre el deseo y su satisfacción. Allí estará
siempre el deseo, dejar de ser algo para ser otra cosa, es decir,
renunciar a la búsqueda del deseo de otro y con ello al intento de
conocer la relación basada en otro principio: el del amor.
La histérica tiene un deseo insatisfecho. La falta en tanto
constitutiva del deseo está articulada por medio de la demanda con
el Otro. El deseo de la histérica es un deseo sin objeto y
esencialmente como ya lo dije insatisfecho, sin objeto es la falta en
el Otro. Pero de tal falta en el Otro no puede tener sino
manifestaciones dudosas, palabas que son tan inciertas como la poca
seguridad que puede conceder a su propia sinceridad. Agreguemos pues
que la histérica vive dentro de la metáfora del goce femenino,
donde el síntoma y el goce del síntoma aparecen como una ficción y
no como una verdad.
Freud dejó claro ya que el síntoma histérico, que la mayoría
consideraba una simulación, era una pantomima del deseo
inconsciente, esa expresión de lo reprimido. Pues el síntoma se
define como la expresión del cumplimiento del deseo.
El deseo en el obsesivo.
La madre del obsesivo muy probablmente fue una histérica pues Serge
Leclaire asegura que para producir un obsesivo bueno y verdadero es
necesario en realidad que de una manera u otra el hijo quede marcado
por el indeleble sello del deseo insatisfecho de la madre, y como ya
hemos visto el deseo histérico es deseo de tener un deseo
insatisfecho.El apego a la madre en el obsesivo parte de una
situación incómoda donde la madre responde a la esperanza de su
hijo mediante la manifestación de su deseo. El deseo naciente del
hijo, apenas salido de la exigencia de la necesidad o de la espera de
la demanda, resulta de manera, de un solo golpe, desprendido,
confirmado y lo que es más satisfecho. Gracias a ello el sujeto
obsesivo no alcanzó el tercer estadio Edípico, aquel en el que se
plantearía como poseedor del falo. En pocas palabras, no llega a
sentirse hombre (sujeto).
Pensando en ello podemos decir que en el caso del sujeto obsesivo el
mecanismo de la represión no se logro del todo y es incapaz de ver
al Padre como un sujeto en falta; por la forma en la que el obsesivo
crea la represión hace que la identificación con el padre sea como
si éste “no tuviera deseo”, por lo tanto es como si estuviese
muerto; por ello el ideal del obsesivo es el padre que no tiene
deseo, que está siempre satisfecho, sin falta. Quedando como la
única forma en la que el obsesivo pueda ver al padre como Otro sea
haciendo que éste no muestre deseo, y para lograr eso el obsesivo se
encuentra permanentemente llenando la falta de ese otro.
Pero, ¿Para qué hace esto el sujeto obsesivo?. Pues bien un
obsesivo según Lacan actúa bajo la lógica de amo y esclavo,
situándose como el esclavo con relación al otro para poder obtener
un día su reconocimiento; pero el amo nunca estará completo, sin
falta, razón por la cual el obsesivo continuará trabajando en
satisfacerle todo deseo, hasta dejarlo como un Otro entero, sin
falta, sin deseo.
El obsesivo al tomar como ideal a un Otro sin deseo, se identifica
con él y el mismo se coloca en un lugar sin deseo. De modo tal que
el deseo del obsesivo implica la destrucción del deseo del Otro
siendo su principal estrategia el no querer saber nada del deseo del
Otro, reduciendo el deseo del Otro a la demanda, y mortificándose
por la pérdida de ese Otro. Si lo podemos ver así, el obsesivo
dedica su vida a llenar los huecos de los otros mientras deja los
suyos en último lugar; confundiendo el deseo inconsciente del Otro
con una demanda que debe ser satisfecha. Así logra elidir el campo
del deseo del Otro, pero cuando ese Otro muestra parte de su deseo, y
da cuenta de que necesita algo más allá de lo que el obsesivo pueda
darle, entonces para el sujeto obsesivo le sobreviene la angustia.
Por ponerlo en palabras más sencillas, el sujeto obsesivo intenta
descifrar todo el tiempo las necesidades del sujeto “A” y procura
satisfacerlas antes de que el sujeto “A” se de cuenta siquiera de
dicha necesidad, esto sucede porque el obsesivo da cuenta de la falta
del sujeto A, pero no ha podido dejar de colocarlo en el lugar del
Otro. Cuando el sujeto “a” muere o queda sin deseo, entonces el
obsesivo buscará un segundo sujeto “A” para que funja como Otro
que le exija, pues nunca está conforme en la posición de amo.
El vínculo del obsesivo con su deseo esta determinado por el hecho
de que ante su primer acceso a su deseo y el paso por el deseo del
Otro, su deseo fue destruido, anulado. Así el deseo obsesivo,
llevará más que cualquier otro deseo los estigmas de su precocidad.
Conservará así todo el carácter de exigencia elemental de la
necesidad; llevando sobre sí la marca de la insatisfacción
inherente a toda demanda. Razón por la que experimenta el deseo como
algo que se destruye, lo que implica que en todo acercamiento a su
deseo éste se desvanece. Para el obsesivo es imperioso que se
mantenga a distancia de su deseo para que éste siga vivo.
Conclusiones.
Así como la histeria necesita de un deseo insatisfecho más allá de
la demanda, el obsesivo también lo necesita, y lo hace produciendo
un deseo prohibido. Lo importante está en que necesitamos que el
deseo subsista para no morir.
Bibliografía.
- S. Freud.
- Fragmento de análisis de un caso de histeria.
- Histeria.
- A propósito de un caso de neurosis obsesiva.
- Serge Leclaire. (1984) El obsesivo y su deseo.
- Lacan.
- Dora y la joven homosexual.
- El obsesivo y su deseo.
- El deseo y el goce.
- El deseo del Otro.